Me levanto y los escucho.


Me levanto y los escucho, aquellos pasos agitados y veloces, me quitan el sueño, y cuando menos lo siento, ya estoy arriba, ya me he levantado, ya me he cambiado, los trato de imitar, aquella gente que desde la madrugada, están pendientes de aquello que los enfrasca el día a día, y les consume la mayor parte de su tiempo, y que con muchísimo cariño ellos llaman “Trabajo”. Siento el frio de la mañana en mis piernas, aquel que me rosa y se eleva por mi cuerpo, los veo al pasar, me saludan con un “Buenos días”, aquel que en pocas sociedades se escucha, no miento, me encantar verlos, apresurados, perturbados, yo sé que en el fondo, ellos lo disfrutan, el fruto de su trabajo, el cual es comer frijoles y crema en la noche, el placer de un buen chapín.
Comienzo mi rutina, salgo a correr, más por verlos a ellos, que por mi bienestar, me envuelve la mañana, con aquellos crepúsculos que se dibujan por todo el cielo, no cambiaría esto por nada, termino mi sesión, y vuelvo a  casa. Me espera la dueña de mi vida, que me da café y pan de un sabor, que en ningún restaurante voy a encontrar. Veo mi reloj y mi trabajo me aguarda, parpadeo y comienza mi jornada, cierro los ojos con fuerza, y ya son las seis de la tarde, hora de irme, a casa, a mi hogar.
Me impresiona el viaje de vuelta, aquel que veo desde el bus, de regreso, aquellos colores verdes, se mezclan con la caída del sol, envolviéndome en un espectáculo increíble, todos vamos juntos, sin saberlo, cada quien con sus preocupaciones, muchos ni se recordaran de mi al día siguiente, más sus rostros permanecerán en mi mente, el chofer gordo y chaparro, la mujer del cabello colocho, el señor de sombrero negro, y veo hacia el frente, al espejo, y me encuentro con un joven, amante de la cultura guatemalteca, esa en la que vivimos, y no nos damos cuenta, una cosmovisión colorida y plena. Entre más nos acercamos hacia mi destino, más me doy cuenta, que no es tan mala, mi Guatemala.
Llego al fin a mi destino, aquel que está rodeado de árboles, y me los encuentro otra vez, a ellos, de quienes les hable en un principio, ya sus rostros están más relajados, se ven aún más llenos de vida, me regocijo al verlos, cansados, abatidos por el trabajo, pero felices, por una razón, voy a media cuadra de casa, cuándo lo siento, un olor que recuerdo desde mi infancia, mi adolescencia, y hasta hoy en día nunca voy a olvidar, volteo atrás, y ellos siguen su camino, aquellos de los que les hable en todo mi recorrido, la gente, mi gente, mis hermanos, desde mi mente me despido de ellos. Ese olor se hace más intenso, y al llegar a casa, abrir la puerta, soy feliz,  y sin preguntar, ya se la respuesta, ¡Hay Frijol¡
  

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